La
comercialización del sildenafilo (Viagra) en 1998 supuso toda una
revolución en el tratamiento de la disfunción eréctil y en las sábanas
de muchos hogares. Antes de ello, las únicas y aparatosas opciones eran la
bomba de vacío, las prótesis e implantes y la inyección de fármacos vasoactivos
en el pene. Sobre este último método, llama la atención que no fuera hasta los
años 80 cuando el Dr. Giles Brindley consiguió desarrollar con
éxito los primeros tratamientos farmacológicos para estimular la erección. Sin
embargo, lo más sorprendente de su historia no fueron sus descubrimientos y
avances en la medicina (que fueron muchos y variados) sino la forma en la que
este excéntrico doctor presentó al mundo sus hallazgos, en la que sería la
conferencia médica más apoteósica de todos los tiempos. Uno de los
asistentes, que jamás olvidaría dicha charla, narró los detalles en extensión
en: Cómo (no) comunicar la información científica novedosa:
memorias de la famosa conferencia de Brindley. Esta es una
breve descripción de lo que pasó, basada en su narración:
Como tantas
otras asociaciones médicas, la Sociedad Urodinámica de Estados Unidos se reunió
en Las Vegas en el año 1983 para compartir entre los colegas de profesión los
más recientes avances en su campo de especialidad. Uno de los invitados para
dar una conferencia era el citado Dr. Brindley con el anodino título de
“Terapia vasoactiva para la disfunción eréctil”. Los asistentes a esta
conferencia que tuvo lugar durante la tarde (alrededor de ochenta personas,
entre médicos y sus parejas) acudieron a ésta como a cualquier otra, completamente
ajenos a lo que estaba por suceder.
El primer
detalle anómalo que notaron los asistentes fue la extraña vestimenta de
Brindley. En lugar de llevar el característico traje de corbata, llevaba un
holgado chándal azul. Además, aparecía notablemente nervioso y andaba de
forma rara. Cuando Brindley subió al estrado para comenzar su presentación el
espectáculo comenzó.
El galeno
comenzó explicando su hipótesis de que
se podía inducir una erección inyectando
fármacos vasoactivos en los cuerpos
cavernosos del pene (hoy suena a perogrullada, pero en aquel
entonces era toda una novedad). Como no disponía de ningún modelo animal
adecuado para probar esta pintoresca hipótesis, comentó que decidió recurrir a
una de las tradiciones médicas más antiguas: experimentar con su propio cuerpo.
Así que, ni corto ni perezoso, él mismo se inyectaba en sus experimentos
diferentes sustancias vasoactivas (papaverina,
fentolamina…)
para comprobar el grado de erección y tumefacción que conseguía con ellas. Lo
siguiente que tuvieron que contemplar los asistentes a la conferencia fue una
sucesión de 30 diapositivas con fotografías de su propio pene con diferentes
grados de tumescencia tras la inyección de dichos fármacos. Los resultados de
sus experimentos quedaron cristalinos para el público.
Pero eso no
era suficiente para Brindley. Metódico, él mismo reconoció que no podía
descartar en la presentación de sus experimentos que la estimulación erótica no
hubiera desempeñado ningún papel en estas erecciones. Así que planteó la
siguiente situación (que ya dejaba entrever lo que estaba por suceder): ninguna
persona normal consideraba estimulante dar una conferencia ante un gran
público como para provocarle una erección. Por esa razón, explicaba, se
había inyectado papaverina en su habitación del hotel antes de acudir a su
conferencia y, por eso, llevaba ropa suelta (el
famoso chándal azul). Así que, en pos de la credibilidad y
convicción de sus hallazgos, decidió hacer una demostración en vivo y en
directo de su hipótesis: se apartó del estrado para ser visible ante el público
y entonces se apretó los pantalones de su chándal en torno a los genitales
para demostrar su erección. El público quedó estupefacto. Laurence Klotz,
uno de los asistentes, detalla lo que sucedió a continuación:
El profesor
Brindley no estaba satisfecho. Miró escéptico hacia sus pantalones y agitó la
cabeza con consternación. “Desafortunadamente, esto no muestra los resultados
claramente”. Fue entonces cuando se bajó los pantalones y los calzoncillos,
dejando al descubierto un largo, delgado y claramente erecto pene. La sala
se quedó en
silencio.
Todo el mundo había dejado de respirar.
Pero
el mero hecho de exhibir públicamente su erección desde el estrado no era
suficiente. Hizo una pausa y se planteó su siguiente movimiento. El drama se
palpaba en el ambiente. Entonces él dijo con gravedad: “Me gustaría darle la
oportunidad a alguien de la audiencia de confirmar el grado de tumescencia”. Con
sus pantalones por las rodillas, y andando como un pingüino por las escaleras,
se acercó a los urólogos y sus compañeras de la primera fila (para su horror).
Conforme él se acercaba, con la erección al frente, cuatro de las cinco mujeres
de las primeras filas levantaron los brazos, casi al unísono, y gritaron a
viva voz. Los méritos científicos de la presentación habían sido
abrumadores (para ellas) por el novedoso e inusual modo de presentarlos.
Parece
que los gritos conmocionaron al profesor Brindley, que rápidamente se
volvió a poner los pantalones y volvió al estrado, terminando la conferencia.
La multitud se dispersó en un estado de atónito desorden. Imagino que los
urólogos que acudieron con sus compañeras tuvieron mucho que explicar. El resto
es historia. 6 meses más tarde, el profesor Brindley publicó sus resultados.
Y así
quedó para el recuerdo y la posteridad una de las charlas médicas más
memorables de la historia.
De MedTempus
juajajauajua muy metódico
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