¡Escúchenme, coño,
escúchenme! Sí, ustedes, representantes eternos en las instituciones. Ustedes,
con nombres y apellidos que todos conocemos por repetidos. Garantes, en teoría,
de la unidad de la nación y de la igualdad de todos los españoles sean hijos de rey,
banqueros, políticos, miembros de la
farándula o becarios. Escúchenme y escúchennos
de una puta vez.
Ustedes, creadores de nuestras leyes y
responsables de su cumplimiento, administradores de unos recursos que ustedes
mismos aleatoriamente establecen. Ustedes, representantes de esos partidos
donde el más elemental concepto de democracia ni está ni se le espera, ustedes enchufados
sindicales que abochornan a los trabajadores y que, mano a mano, con el poder
político han hecho de la corrupción norma y no excepción. Ustedes que desde sus
cargos bien pagados en las Cajas han
antepuesto sus intereses a las obras sociales, los créditos a pequeños y
medianos empresarios, perpetrando uno de las mayores pillajes de la historia. Sí,
ustedes, causantes de que España esté arruinada por sus despilfarros. ¡Los
suyos, no los nuestros!. Porque de los nuestros, respondemos cada uno de
nosotros con nuestras haciendas, mientras que de los suyos tenemos que
responder también nosotros con nuestras haciendas al tiempo que contemplamos atónitos cómo los golfos
responsables de esta rapiña, ustedes, observan el panorama, millonarios,
ascendidos y tan contentos de conocerse.
Ustedes,
escandalosos derrochadores, que con premeditación, alevosía y actuando como una banda de mafiosos,
han llevado adelante lo que parece un perverso plan concebido para enriquecer a
unos cuantos familiares, amigos y conocidos a costa del endeudamiento y
empobrecimiento de todos los demás.
¡Ojalá que
esta crisis fuera solamente económica! Pero la gravísima crisis que
verdaderamente está destruyendo España es la crisis institucional. Y la
crisis institucional es una crisis de personas. ¿Quiénes han estado y están al
frente de las instituciones? Las instituciones no son varitas mágicas que
tienen el poder de transformar en príncipes a simples sapos, por el mero hecho
de tomar posesión del cargo. Las instituciones son las personas que las han
dirigido y las dirigen y de esas personas, de su ética, de su independencia, de
su preparación y de su categoría personal dependerá el prestigio de la
institución a la que representan. Pero claro, si una sociedad acepta que un
piernas deja de ser piernas por haber sido nombrado -por sumisión y obediencia
debida al partido- presidente de cualquier institución, pues qué les voy a
contar a ustedes.
Pero cuidado, cuidado con la que se avecina, los
indignados no son los cuatro de la flauta, el perro y unos cuantos santos
inocentes despistados. Ustedes no conocen -claro, eso se estudia en la
universidad- la
teoría de los cristales rotos, pero se la explico en corto para que ustedes la entiendan. Se hizo en la Universidad de Stanford. Se abandonaron dos coches y uno (en el Bronx, donde viven los más indignados y más violentos) fue destrozado rápidamente, el de Palo Alto aguantaba intacto hasta que alguien rompió una ventanilla, poco después el coche de Palo Alto (barrio rico, menos indignado y necesitado de desahogo) estaba desguazado. Cuando se rompe la buena imagen, como un vidrio roto en un auto abandonado, se transmite una idea de deterioro, se rompen los códigos de convivencia, se tiene una sensación como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional. Pues nada, cuando estalle que lo disfruten ustedes patéticos demagogos, ilustres y arrogantes lumbreras. Ya sé que no son todos ustedes iguales, que existen entre ustedes, malvados vocacionales, imbéciles autosuficientes, meapilas agradecidos, caciques hereditarios, secuaces hiperactivos, profesionales de la desfachatez, mentirosos imperturbables, infames autocomplacientes varios y allí, al fondo, un bienintencionado incompetente. Pero no nos exijan “respeto”, eso es algo que lo da la ausencia de privilegios, la honradez, la rectitud, la integridad, todo eso que ustedes no tienen. Han empezado a romperse sus cristales y nosotros, la gente de la calle, no les hubiéramos perdido el respeto… si ustedes no hubieran perdido la vergüenza.
teoría de los cristales rotos, pero se la explico en corto para que ustedes la entiendan. Se hizo en la Universidad de Stanford. Se abandonaron dos coches y uno (en el Bronx, donde viven los más indignados y más violentos) fue destrozado rápidamente, el de Palo Alto aguantaba intacto hasta que alguien rompió una ventanilla, poco después el coche de Palo Alto (barrio rico, menos indignado y necesitado de desahogo) estaba desguazado. Cuando se rompe la buena imagen, como un vidrio roto en un auto abandonado, se transmite una idea de deterioro, se rompen los códigos de convivencia, se tiene una sensación como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional. Pues nada, cuando estalle que lo disfruten ustedes patéticos demagogos, ilustres y arrogantes lumbreras. Ya sé que no son todos ustedes iguales, que existen entre ustedes, malvados vocacionales, imbéciles autosuficientes, meapilas agradecidos, caciques hereditarios, secuaces hiperactivos, profesionales de la desfachatez, mentirosos imperturbables, infames autocomplacientes varios y allí, al fondo, un bienintencionado incompetente. Pero no nos exijan “respeto”, eso es algo que lo da la ausencia de privilegios, la honradez, la rectitud, la integridad, todo eso que ustedes no tienen. Han empezado a romperse sus cristales y nosotros, la gente de la calle, no les hubiéramos perdido el respeto… si ustedes no hubieran perdido la vergüenza.
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