Las líneas de metro son como las líneas de la mano, se cruzan sin cruzarse, pero unen de una vez por todas un punto con otro. Los recorridos en metro nos remiten a momentos en la vida, como si el que consulta un plano de metro redescubriera de golpe los avatares de la vida y de la profesión, las penas del corazón y la coyuntura política.
Al tomar el metro, cada cual, en función del día y de la hora, pasa de una actividad a otra, de la vida familiar a la vida profesional, del trabajo al ocio. Las soledades de los usuarios se ponen en contacto, enfrentando idénticas dificultades. Se establecen centenares de recorridos que toman, sin embargo, los mismos empalmes. La experiencia familiar del metro nos invita a estudiar los movimientos generales pero también las actitudes particulares. Descubrimos las estrategias de los grandes expertos al ubicarse en los andenes repletos para encontrar su lugar preferido en un vagón. Intentamos descifrar los estados de ánimo que hay detrás de gestos y expresiones de rostro. En medio de portes de generaciones diversas, súbitamente puede pasarnos por la cabeza la pregunta: ¿a qué edad pertenezco todavía o ya no?
En el metro se conjugan muchas historias, la historia conmemorada por los nombres de las estaciones y los recuerdos personales que estos nombres evocan. En los encuentros azarosos con miles de otros llegamos a admitir que no sabemos nada de sus convicciones y creencias. (Marc Augé, extracto de la Introducción.)
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