16 mar 2012

No me digas esas cosas.


En uno de los artículos de este blog un amable comunicante da las gracias por uno de los libros colgados haciendo una alusión a la "piratería". Agradezco los halagos, pero hay alg0  en lo que no puedo estar de acuerdo y que me hace rechinar los dientes cada vez que lo escucho, la utilización del término… ¡piratería!
Vivimos en un momento en que la tergiversación del idioma, de las palabras, es algo habitual aparentemente inocente, pero sólo aparentemente. La utilización de la palabra pirata para designar a aquel que comparte nos pone un parche en el ojo y una daga entre los dientes. Aludiendo a nuestra memoria nos convierte en seres ávidos de sangre al asalto de inocentes galeones habitados por hombres pacíficos incapaces de defenderse y mujeres asustadas ante la inminente violación. Les juro que ni llevo parche ni es mi intención que esto acabe derrochando el beneficio en una juerga inconmensurable en algún burdel portuario.
Si buscamos en el Diccionario de la Lengua la palabra "Pirata" los resultados son estos:
Pirata.
(Del lat. pirāta, y este del gr. πειρατής).
1. adj. pirático.
2. adj. clandestino.( (Del lat. clandestīnus.1. adj. Secreto, oculto, y especialmente hecho o dicho secretamente por temor a la ley o para eludirla).
3. com. Persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar.
4. com. Persona cruel y despiadada.
1. com. Persona que, bajo amenazas, obliga a la tripulación de un avión a modificar su rumbo.

En fin, que no me reconozco.  Sí lo hago como alguien que asume las consecuencias  inevitables del
progreso y utiliza las mismas para ayudar a mejorar las condiciones de vida y educación de una mayoría, intentando que más personas tengan acceso a un mayor número de libros. Si alguien está indefenso ante las maniobras de un buque con mucho más armamento, con más medios y más hombres, somos los individuos ante las grandes corporaciones y todos sus manejos para mantener sus ganancias. Sus armas están claras, las campañas mediáticas, los lobbies capaces de presionar a los gobiernos, las organizaciones que pelean por los derechos de autor asistidas por un ejército de abogados contra individuos aislados.
Pero ellos siguen intentándolo, siguen tergiversando las palabras para instaurar el pensamiento único y así, cuando hablan de cultura, es para decir que la cultura son ellos, solamente ellos. Porque la palabra cultura suena bien, tiene la connotación de ser algo nuestro que tenemos que defender, pero resulta que silbar en la ducha Paquito el Chocolatero y que lo escuche un vecino se convierte en reproducción ilegal de un "producto cultural" que devenga derechos de autor… ¡venga ya, hombre!
Analicemos la definición de cultura:
Cultura.
(Del lat. Cultura).
1. f. cultivo.
2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
4. f. ant. Culto religioso.
Popular.
1. f. Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo.
Pues bien, sólo veo alusiones a algo abierto, grupal, algo del pueblo y para el pueblo, algo que es patrimonio de la sociedad. Pero uno es antropólogo social y cultural, es decir, uno pertenece a ese grupo de científicos para los que la cultura es su principal motivo de estudio (perdónenme la alusión, pero ellos también se llaman artistas a boca llena y sin rubor). Pues bien, si analizamos la definición de cultura más utilizada por la antropología, esta es la que expuso E.B. Tylor: «Civilización o cultura es esa totalidad compleja que incluye conocimiento, creencias, arte, derecho, costumbres y cualesquiera otras actitudes o hábitos adquiridos por el ser humano como miembro de la sociedad». Vaya, ya la jodimos otra vez, estos chicos diciendo que la civilización es suya y que pueden venderla en el supermercado. Pues oiga, como que no.
Y luego hablan de su necesidad de estar subvencionados para poder seguir creando, claro, lo peor es que lo consiguen y sueñan con la subvención, con que todos les paguemos un sueldo tal que funcionarios, pero claro, si la obligación de acudir a la oficina, de aguantar, de trabajar todos los días. Permítanme que les diga que nada peor para la creatividad que el espíritu funcionarial, ese que ustedes tienen. . Consiguen que les paguemos el coste de sus películas y luego que volvamos a pagarlas cuando vamos al cine, consiguen que con nuestros impuestos se les pague un pastón más el hotel de cinco estrellas y los caprichos por cantar sus canciones en las fiestas del pueblo, pero días después aparece la SGAE y pide más dinero porque esas canciones, el mismo autor que las cantó, las tiene registradas. Así, con un par y sin despeinarse.
Y cuando sus obras andan perdidas por la nube siguen reclamando su posesión. Vamos a ver señores, cuando estoy en el campo tengo 15,000 m² rodeados de una valla, un seto  de coníferas de dos metros de altura y otro de grosor, pero sus canciones, sus películas y escritos están entre mis viñas, entre mis árboles, atraviesan las paredes de mi casa y para ello no tengo más que abrir mi portátil y darle a la tecla que demuestra que ustedes han invadido lo que es mío. De mi casa de la ciudad tengo los títulos de posesión y mi ayuntamiento, mi comunidad, mi gobierno lo saben y me cobran por ello, pues bien, hasta debajo de las sábanas de mi cama mi IPod me dice que sus cosas están allí, justo al lado de la bisectriz de mi entrepierna. Pues no se quejen, coño, lo que está en mi casa es mío y sino…  fuera de ella.
Conclusión:
Ustedes pueden copiar ideas de otros, vender periódicos, libros y revistas que hablan sobre la vida de cualquiera sin pagar por ello (¿Hay alguna creación más personal que la propia vida?), yo puedo hacer una tesis doctoral sobre poesía simplemente citando en una nota al pie a otros autores, pero la persona que quiera leer una de esas poesías y no tenga medios económicos es un delincuente.
Ustedes quieren ser funcionarios y cobrar de nuestros bolsillos y al mismo tiempo llamarse creadores y equipararse a   Homero, Dante, Shakespeare, Bach, Mozart, Beethoven, Vallejo o Kafka sin pasar por el más mínimo sobresalto. Ciegos de orgullo y prepotencia no miran el valor de sus obras sino su precio y tampoco sabe para quién trabajan, a Alfredo Bryce le señalaron, en una entrevista, que con los ingresos por la venta de sus libros ya debería poseer una pequeña fortuna. "La pequeña fortuna y los ingresos están en los bolsillos de Barral Editores", fue su lacónica respuesta.

En este otro post deje una c orta descripción de un caso personal con la SGAE 


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