29 nov 2011

Miranda

Fue ayer, pero ya ha cumplido seis meses y en sus ojos vivarachos se adivina el futuro, el suyo y el nuestro. Pasará el tiempo y encontrará un papel mal escrito en el pupitre con unos versos que hablen del amor. O quizás ya no se lleven. Quizá no.
Pasará el tiempo y quizá alguien le escriba una canción adolescente como aquella de Paul Anka a Diana, quizá una que hable de su dulzura como aquella Caroline de Diamond, quizá algún tipo que nunca se llamará Pablo Milanes le diga cantando lo que él le dijo a Yolanda, quizá su canción recuerde alguna estrofa de Deborah de Vangelis. O quizá no.
Quizá algún día piense que otro mundo es posible e intente construirlo desde fuera, o se acerque a la política, plena de esperanzas, para detestar más tarde ese mundo y seguir con su pasión. O quizá no.
Quizá prefiera los libros y una ventana por la que mirar el mar en vez del borde bullicioso de una piscina, O quizá no.
Tal vez le gusten los números y cuentas y estudie en ICADE una carrera de ciencias, quizá leyendo a los clásicos se apasione y lo suyo sean las humanidades o las letras. O quizá no.
Cuando crezca, quizá busque su fondo de armario en Coconut Grove o lo haga en un mercadillo en Benidorm. O quizá no.
Quizá, si un día se pierde, la encuentren en el Skyscraper Museum de Nueva York, o tal vez paseando entre los trigos de cualquier pueblo de Castilla. O quizá no.
Quizá busque su príncipe azul y encuentre a un hombre de Master Card y mal genio, o tal vez sea un pintor bohemio sin cenas ni hipotecas que la pinte durmiendo a la sombra de una parra bajo el sol mediterráneo. O tal vez no.
Quizá conduzca un Aston Martin o puede ser que vaya en bicicleta. O quizá no.
Quizá le guste el campo, las montañas, los ríos caudalosos que corren entre aldeas selváticas, conocer nuevas culturas, pisar lejanos continentes. O quizá no.
Quizá tenga hijos y recuerdos guardados de otro tiempo, un sobre que nadie sabe que contiene, unas llaves, un libro, una canción. Quizá pueda recordar todo, aunque no haya sucedido. O quizá no.
Quizá, como su madre, publique libros cargados de belleza, de una escritura serena no exenta de
pasión. Quizá como su padre, ame las motos, el movimiento, el trabajo continuo. O quizá no.
Tal vez como a Lucas, su hermano, le gusten los caballos, la Playstation, el mar, los libros, la pintura. O tal vez no. Pero hoy, Miranda, es la dueña de una sonrisa que regala a cualquiera que le mire, de unos ojos azules claros, limpios, transparentes y con ambos consigue que todo el universo conspire para realizar sus más mínimos deseos. Miranda es un misterio cargado de esperanza, un fuego apenas encendido, un truco de la naturaleza para sacarme todas estas palabras, todas absolutamente innecesarias, basta con mirarse en su sonrisa.       

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