Mientras por los bordes de esa mesa donde se celebra la indecente “Conferencia Internacional de PAZ” escurre la sangre de casi mil cadáveres desmembrados o tiroteados, de 3.000 heridos, de miles de familias rotas y traumatizadas, ellos - los de la pistola, la bomba y el secuestro- se mezclan con el fantasmal grupo de ignorantes, patéticos y bien pagados “pacificadores cObrones”, todos mirando para otro lado mientras forjan la perfecta humillación, lavar los pecados de una banda de hienas con la sangre inocente de niños, ancianos, servidores del estado, gente que pasaba por ahí,
Hablan de “conflicto” y “sufrimiento por ambas partes” ¿Qué partes? ¿La de los que ponían la nuca y los que ponían la pistola? ¿La de los que cumplían la ley aún poniendo en riesgo sus vidas y los que habían hecho de la bomba en el supermercado la máxima expresión de su pensamiento político? ¿La de los que sólo querían criar a sus hijos en paz y los que habían convertido las balas en argumento para el diálogo?
Hablan de “la última confrontación armada en Europa” ¿Entre quien? ¿Entre el estado de derecho, los que lo respetan y quienes quieren reventarlo? ¿Entre Miguel Ángel Blanco y Txapote? ¿Entre el gendarme francés Jean-Serge Nerín y de Juana Chaos?
Quienes gobiernan en
el País Vasco y en España estaban presentes a través de sus correveidiles en esta inmunda farsa, no importa que uno estuviera en la Moncloa y el otro pusiera un océano de por medio, ambos -Lopez y zapatero- estaban allí, esperando transformar a criminales sangrientos en demócratas pacíficos y ejemplares ciudadanos de un día para otro. Y es que tienen prisa, José Luis Rodríguez Zapatero, ante la gravedad de la crisis que él ha acrecentado con sus desmanes, ante una ciudadanía agotada de soportar cinco millones de parados, axfisiada por tanto recorte social a los necesitados y magnanimidad con los de la cuerda, de tantas promesas incumplidas, derroche inútil y deudas por doquier, ante todo eso tiene prisa. Vender el triunfo de ETA y su acceso a las instituciones, el que esta banda de canallas-o sus amigos ¿qué más da?- manejen miles de millones, listas de contribuyentes y servidores públicos, etc., vender esto y que nosotros creamos que es la derrota de la serpiente y el hacha puede ser su penúltima mentira para marchar a “observar nubes”. ¿Qué importa que el futuro sea la excarcelación de criminales o el encumbramiento de los que tantas veces han jaleado el asesinato de ciudadanos inocentes?
¿Qué importa esa última ignominia que es convertir a las víctimas en “daños colaterales” mientras los fanáticos y amorales verdugos diseñan el futuro de nuestros hijos en esas tierras del norte? ¿Qué les importa a esa chusma, a esos desalmados, el dolor de las ausencias perpetuas? ¿Qué les importa a los Annan, Adams, Ahern, Gro Harlem, Joxe, Powell y compañía, que matar tenga premio y un gobierno rebaje a su pueblo ante un puñado de asesinos? ¿Qué es la miseria moral comparada con la cuenta en Suiza? ¿Qué importa si hay que esperar a que pongan la pistola en la otra mano antes de estrecharnos la nuestra? ¿Qué importan los cadáveres aún calientes sobre la mesa, si al final sus parientes no van a estropearnos la digestión porque estarán en sus casas llorando sus penas?
¡Que dejen de hablar, por Dios! Que alguien les calle, que se oculten, que no nos recuerden que estamos abrazando a tipos que han hecho de la muerte su misión cotidiana, como otros del hacer pan o escribir periódicos. Que dejen de jalear y dar alas a esos tipos cuyo modo de imponerse al contrario en política ha consistido en el expeditivo método de matarlo, aunque sea un niño de trece años como José María Piris, asesinado por Aguirre Aguiriano “Elertxuri”, ese indecente que ocupaba la primera fila en las conclusiones de la “Conferencia de PAZ” y que salió de prisión en Mayo sin arrepentirse jamás de ese ni de sus otros tres crímenes.
¡Que dejen de hablar ¡Que se callen! Y si no son capaces de hacerlo, que se quiten la careta y utilicen sus envilecidas palabras para solicitar el Premio Nobel de la Paz para Josu Ternera y Zapatero (ex aequo).
Disculpen que me ausente, voy a vomitar.
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